De héroe del JGTC a mito abandonado.
Si piensas que los coches abandonados son solo viejas rancheras oxidadas, estás equivocado. En un rincón tranquilo y discreto de Japón yace algo que desafía toda lógica: un Toyota Supra GT500 JGTC dejado a su suerte frente a un modesto taller. Sí, un auténtico coche de campeonato, que antaño rugía por Fuji Speedway a casi 300 km/h, hoy permanece inmóvil, con los neumáticos desinflados, la pintura desconchada y su decoración reducida a un fantasma del pasado.
Para los entusiastas, tropezar con él es casi surrealista. No se trata de una pieza de museo, ni de un trofeo guardado bajo llave en un garaje climatizado. Está ahí, al aire libre, expuesto a la lluvia, al sol y al óxido.
Y quizá lo más insólito: la familia dueña del taller podría haberlo vendido hace tiempo por una pequeña fortuna. Coleccionistas de todo el mundo han ofrecido sumas astronómicas. Pero ellos se niegan.
Para ellos, este coche no es mercancía; es parte de su historia, un elemento inseparable de su vida cotidiana.
Pero ¿Cómo terminó aquí una leyenda?
Tras finalizar la temporada del JGTC (Japan Grand Touring Car Championship) en 1999, el Supra #38 Cerumo FK/Massimo, pilotado por Yuji Tachikawa e Hironori Takeuchi, fue retirado debido a un cambio de patrocinio. De repente, esta pieza de ingeniería de competición se convirtió en algo obsoleto. Mantener un coche así de manera privada resultaba demasiado caro y complejo.
Así que, cuando el equipo dejó de necesitarlo, un pequeño taller consiguió hacerse con él —y según se dice, gratis—. Lo aparcaron en el exterior como una suerte de exhibición, sin imaginar que, décadas más tarde, se convertiría en un imán para la atención de los visitantes.
Desde entonces ha permanecido intacto: con los neumáticos desinflados, los paneles corroídos y su orgulloso alerón de GT500 aún erguido, resistiendo el paso del tiempo.

¿Por qué este Toyota Supra fue tan icónico?
Para entender el por qué del abandono de este coche es tan sorprendente, hay que recordar lo que representó. El Supra Mk IV no era simplemente otro deportivo japonés; era una de las joyas de la corona de la categoría GT500. Los ingenieros de Toyota rompieron con lo establecido al instalar un motor turboalimentado de 2 litros 3S-GT de sus coches de rally en lugar del famoso seis en línea 2JZ. Ese golpe de genialidad entregaba casi 500 caballos de potencia y 600 Nm de par en un conjunto más ligero, lo que lo convirtió en un rival temible para los Skyline GT-R de Nissan.
Los Supras de finales de los noventa, desde el icónico Castrol TOM’s hasta los Cerumo FK/Massimo, fueron el corazón de lo que muchos llaman la edad de oro de las carreras GT japonesas. Eran los coches de póster del Gran Turismo, las máquinas que hicieron soñar a los aficionados de todo el mundo en Suzuka y Fuji Speedway.

Una joya convertida en óxido
Y aún así, uno de esos coches legendarios se deshace bajo el sol y la lluvia, frente a un taller que jamás lo venderá. Porque, aunque muchos coleccionistas han ofrecido cifras desorbitadas, sus dueños lo consideran algo más que un coche: es parte de su historia, un símbolo de identidad.
¿Se restaurará algún día? Puede ser. Pero incluso en su estado actual, este Supra cuenta una historia única: la de una gloria olvidada que demuestra que no todas las leyendas necesitan ser perfectas para ser eternas.
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